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Teresa de la Pisa, la heredera de Blas de Lezo que triunfa en Nueva York

Cuando Delpozo llegó a Bergdorf Goodman, los más prestigiosos grandes almacenes americanos, el mundo de la moda española consideró que se había puesto una pica en Flandes, pero lo cierto es que nombres como el de Teresa de la Pisa ya era habitual en este lugar de la Quinta Avenida. Y es que para la escultora y diseñadora madrileña, eso de defender lo español lo lleva en la sangre. Descendiente de Blas de Lezo, sabe lo que es triunfar en lugares tan distintos como República Dominicana, Luxemburgo y la Gran Manzana con sus esculturas, lo que la convierten en uno de los nombres con más proyección de nuestro país. ¿Su próximo reto? la Bienal de Venecia.

-Vive entre Luxemburgo, Madrid y República Dominicana, ¿cómo se organiza?

-El poder cambiar de paisaje me favorece mentalmente, me mantiene viva. Me encantan los contrastes entre esas tres culturas y me fascina la mezcla. En mi familia, de hecho, siempre nos han inculcado mucho que, si bien estamos orgullosos de ser españoles, eso no quiere decir que nuestra cultura sea la única y la mejor. No hay culturas mejores ni peores, todas son fascinantes y nos enriquecen.

-Asegura que se inspira en el mar y lo tropical, pero es de Madrid y reside en Luxemburgo, vamos, que es de secano.

Teresa de la Pisa, la heredera de Blas de Lezo que triunfa en Nueva York

-El mar es algo que siempre me ha atraído. De niña, en San Sebastián, de donde es mi madre y a donde íbamos todos los veranos, disfrutaba quedándome en la playa mojándome en las «piscinas» que se crean en la playa de Ondarreta. Me metía ahí y me imaginaba el Caribe. Y esto con cuatro años. Siempre he buscado el olor a mar, el agua clara y la arena blanca. Eso creo que va en los genes: soy descendiente de Blas de Lezo y la madre de mi bisabuela se enamoró de Cuba. Yo, de hecho, me casé en México porque quería una boda en un lugar rodeado de palmeras, y me vestí con una enagua de un ancestro mío a la que no hubo que retocar nada, me quedaba perfecta.

-En su familia, ¿se les inculca el espíritu de Blas de Lezo?

-Hace un tiempo donamos de hecho un cuadro al Museo de Cartagena de Indias. A mí me gustó siempre eso que me contaban de que nunca le doró la píldora al rey, que él hacía las cosas por España. Era un gran patriota y a mí me gustaría que recuperáramos ese espíritu. Ahora que no vivo en España, me doy cuenta de que tenemos que apoyarnos más, y me refiero a todo. No tengo por qué votar a mi presidente de Gobierno para que me pueda animar a tomarme una caña con él. Mi suegro, Íñigo Cavero, que fue ministro de Suárez, unía un montón, y necesitamos ahora gente como él.

-Hace piezas enormes, pero también pequeñas joyas, ¿el arte no tiene tamaño?

-Para mí es lo mismo todo el rato, ya sea una escultura o un accesorio que llevas en el hombro. Lo que cambia es la utilidad final del producto y la dimensión. Te diseño un broche, lo haces grande y lo puedes poner en la pared. Ahí es donde se entiende muy bien mi proceso creativo: yo solo veo objetos. Y me encanta crear piezas que sean atemporales. Nunca sigo las tendencias, las modas… para mí la estética está por encima de todo.

-¿No debería sorprendernos cuando vemos diseño español en lugares como Neiman Marcus o Bergdorf Goodman?

-Yo llevo nueve años en esos sitios y es porque ellos vinieron a mí. Me compran sobre pedido. Pero esto de sorprendernos viene de la mala costumbre de no apoyarnos, no nos impulsamos. Las cámaras de comercio deberían funcionar mejor. Es increíble lo que podríamos hacer todos juntos. Los franceses y los italianos lo hacen fenomenal. No verá a un francés hablar mal de su presidente. Si ellos tuvieran a Letizia, nunca la criticarían.

-Dice en su perfil de Instagram que «no me interesan acciones publicitarias ni acepto regalos».

-No quiero ser una «instagramera». Siempre se me quiso colocar el papel de niña mona de Madrid y me rebelé. Yo quiero contar la verdad de lo que pienso.

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