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Encontró su camino en la joyería viajando por el mundo en busca de piedras preciosas

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La vida de Bruno Gérez (33 años) como artesano experto en piedras está llena de viajes. El primero fue en 2010, cuando dejó su Artigas natal para venir a Montevideo a estudiar Educación Física.

Pensando en cómo solventar los gastos hasta conseguir trabajo, juntó con su hermano montones de piedras para poder venderlas en la capital. Del tema sabían porque sus padres fueron socios fundadores de la Cooperativa de Lapidadores Artesanos de Uruguay.

“Si bien no se dedicaron a eso, estudiaron todos los cursos de piedras cuando éramos chicos y nos llevaban a las clases. Con mi hermano veíamos las piedras, se las elegíamos para que ellos lapidaran y estábamos todo el día ahí. Me encantaba ese mundo”, recuerda.Con las piedras que se trajo de Artigas, que incluían unos 20 kilos que le regaló el dueño de una cantera con el que hacía natación desde niño, hizo primero una temporada en La Barra de Maldonado. En ese entonces no sabía otra cosa que pegar las piedras con pegamento y pasarles un hilito.Como perdió la prueba para entrar a Educación Física, trabajó un tiempo en la construcción. Al año siguiente volvió a perder, así que resolvió averiguar qué tal era la Escuela de Artes y Artesanías Pedro Figari de la que le habían hablado. Hizo tres años de joyería, tres de engarzado y uno de lapidación de piedras (tallado). Estaba pronto para el segundo gran viaje, al Oriente.

Rumbo al Oriente.

En febrero de 2018 se fue a Tailandia a una feria de gemas, joyería y herramientas que había en Bangkok en la que estuvo unos 20 días. “Me compré piedras y vi gente trabajando con herramientas súper modernas”, cuenta.Pero su destino principal era Nepal porque quería conocer todo el estilo de joyería india. Llegó a la capital, Katmandú, sin saber casi nada de inglés para poder comunicarse. Igual se las ingenió y “a los ponchazos”, dice, logró que un alumno de un taller lo entendiera y lo llevara con su maestro.

“Tenían cierto tipo de piezas muy características de ahí y les ofrecí pagarles para que me las hicieran y mientras veía cómo era el proceso”. Fue a comprar herramientas y material y se sentó en una mesita en el rinconcito que le asignaron. “Si bien yo ya traía mucha teoría y práctica, es diferente cómo ellos llegan a los resultados. Yo no hubiera ido por ese lado si no me lo hubieran mostrado”, apunta.

Encontró su camino en la joyería viajando por el mundo en busca de piedras preciosas

De allí se fue un mes a la India, a la capital de las piedras que es la ciudad de Jaipur. “Es impresionante, hay barrios enteros de gente que trabaja con piedras de todo el mundo y otros estilos”, detalla. La experiencia más graciosa la tuvo en el pueblito de artesanos de Pushkar, donde se topó con un artesano reconocido. “Le mostré una pieza mía como de 70 piedras y me la dobló. ¡Casi me muero!”, dice. Además le quería cobrar US$ 100 las cuatro horas de clase, “que en India es un mes de alquiler en una casa”, acota.

Como se negó le terminó recomendando las clases de su hermana, que le cobraba US$ 5 todo el día. “Todas las mesas eran en el piso en una habitación chica, donde había unos ocho trabajando”, describe. Hizo un anillo chico, luego un brazalete gigante y sus compañeros, en su mayoría franceses, ingleses y españoles, comenzaron a arrimársele porque se dieron cuenta de que sabía. “Al final terminé yo enseñando y la maestra comiendo”, recuerda entre risas de quien hasta se llevó una reprimenda de Bruno cuando usó pegamento en un brazalete en lugar de esperar a que lo engarzara.

La siguiente parada fue el Taj Mahal, un sueño que tenía desde niño. Se quedó sin dinero y para poder volver a Uruguay inventó una importación de artículos de tejido de cáñamo que vendió con un amigo. De regreso en Montevideo luego de tres meses de viaje logró ingresar al Mercado de los Artesanos y a la Feria de Artesanos de Punta del Este, dos lugares en los que se mantiene hasta hoy. “Con todo lo indio mezclado con lo de Nepal y con lo que yo ya sabía de engarzado, joyería fina y cosas medio antiguas me hice un estilo propio”, apunta sin olvidar lo que le enseñaron su maestro Marcio Eloy, “uno de los mejores joyeros que conozco”, y Federico Tulipano, ambos de Artigas.Además, retomó contacto con Ari, la argentina que conoció en Valizas antes de irse de viaje y que terminó siendo su pareja. “Ella pinta, aprendió joyería y trabaja conmigo”, acota.

Y luego Europa.

Con Ari hizo el tercer viaje. Tenían todo pronto para irse a trabajar a Alemania por una temporada, invitados por un chico que vendía piedras, pero al final este se echó para atrás. Ahí Bruno se acordó de un chico de Cádiz, España, que quería que le fuera a enseñar joyería, y hacia allá marcharon. Terminaron en el balneario Los Caños de Meca, sin poderle vender a nadie, así que decidieron “turistear”. Estuvieron un mes en la casa de un amigo en Barcelona, debajo de la cual casualmente había un taller de joyería de una colombiana.

“Le fui a vender la plata que había preparado para el español, vio mis cosas y me propuso darle un curso de engarzado a los que iban a trabajar. Arreglamos para que lo hiciera a voluntad, fui con un amigo de secretario, di un curso intensivo y terminé ganando más ese día a voluntad que en todo el verano en el mercado. Hice como 250 euros en seis horas”, recuerda.Luego alquilaron un auto y se fueron a recorrer las playas de Portugal. De ahí fueron a Turquía, donde había mucho de joyería por aprender, y finalmente otra visita a la India.

“Yo quería que Ari conociera la India y casi se muere porque salió de musculosa y shortcito y los indios se le tiraban arriba”, relata sobre lo que suele ocurrir con los indios cuando ven mujeres occidentales. “Trajimos piedras, ideas, de todo”, agrega.Volvieron al Uruguay en 2019 y al poco tiempo comenzó la pandemia. En 2020 estuvieron concentrados en el encierro y en el verano 2021 pudieron hacer temporada en Punta del Este, lo que los decidió a mudarse a Maldonado, donde están instalados desde abril.

“En algún momento me gustaría poder dedicarme más a hacer piezas artísticas, únicas, mucho más elaboradas, exponer en galerías de arte o en ferias”, proyecta Bruno como próximo gran viaje, pero esta vez en Uruguay.

Materia prima exótica de todo el mundo

Mineralizarte se llama el taller de Bruno y Ari. Trabajan en oro y plata. “Hago anillos, caravanas, brazaletes, dijes, tobilleras, pulseras... Lo que más trabajo es con metales y piedras”, cuenta Bruno. Las piedras son de Uruguay (Artigas), Brasil, Afganistán, Colombia (esmeraldas) e India, entre otros lugares. Las compra en bruto y las lapida (talla) él mismo o las manda lapidar; se las prepara a medida. También hace restauraciones y da clases. Tiene cuenta en Facebook (Mineralizarte) e Instagram (br1_gerez).

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