HogarBolsa de lujo → SIN CUERPO NO HAY DELITO | ‘Ya nunca apareció’

SIN CUERPO NO HAY DELITO | ‘Ya nunca apareció’

Primera de tres partes

Un reportaje de Noroeste como parte del MásterLAB de Quinto Elemento Lab @quintoelab

Cuando salieron de aquella casa en obra negra de la Colonia República Mexicana, al sur de Culiacán, sabían que aquel fulano con la pistola fajada era una amenaza. “Sale pues, al rato se hace”, les dijo después de que Rafael se negó a darle fiado un pedazo de “hielo”, como se conoce a la metanfetamina en Sinaloa.

Rafael ya tenía un par de años vendiendo droga, y junto a Miguel, su amigo y acompañante, sabían que aquel vato se animaba a jalar el gatillo a la más mínima provocación. Habían escuchado que estaba fuera de control y que había matado por deudas de 500 pesos.

“Días antes había matado a un vato ahí enfrente de la casa. Nos salimos, volteando pa’ enfrente, y el vato riéndose de nosotros, porque ya sabíamos que se animaba”, recuerda Miguel. Lo primero que les pasó por la cabeza fue ganarle el jalón, pero eso era algo que ellos nunca habían hecho. “Y pues ahí fue cuando fuimos a buscar a Ceferino”.

Ceferino era un amigo suyo que había trabajado para el narcotráfico desde sus orígenes en la sierra de Badiraguato, pero que se había “hecho gobierno”, pues en ese momento estaba en la Policía Ministerial bajo el mando de Jesús Antonio Aguilar Íñiguez durante el sexenio del Gobernador Juan Millán Lizárraga, un policía que fue acusado por la Federación de tener nexos con la mafia sinaloense, hasta su muerte por Covid-19 a principios del 2020.

SIN CUERPO NO HAY DELITO |
‘Ya nunca apareció’

Fueron a platicarle el “pedo”, porque estaban seguros que el Ceferino “también las podía” y podía hacerles el paro “rapidito”, aunque su intención, más que nada, era pedirle una pistola.

“(Estábamos) en el patio, en esa casa las cosas así eran (se hablaban) hasta atrás, porque él tenía puras niñas hijas, y su esposa; entonces cuando él platicaba cosas así se iba para atrás. Pues ya allá en el patio ya nos dijo cómo estaba el pedo: no, ustedes no... si lo matan a balazos se va a hacer un broncón... podría provocar una bronca contra ellos, pues, que pensaran que la bronca fuera contra ellos”, señala.

“Entonces este wey dijo: pues, péguenle una chinga, atropéllenlo, a batazos o a ver cómo le hacen... y ya se bajan y le pasan por arriba con el carro”, relata.

Pero la manera de resolver problemas de este tipo en Sinaloa parece haber cambiado por lo que pasó justamente después en este pedazo de la historia de Rafael y Miguel: la misma gente que empleaba al sicario aquel, tuvo que hacerse cargo.

“...Y pues a lo mejor ahí es donde entra Dios, porque... duró un día más y al otro día desapareció; supimos que lo habían levantado, pero ya nunca apareció”.

Etiquetas: