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«California es como un continente»

ANA RANERA GIJÓN.

Marcos González (Avilés, 1983) siempre tuvo claro que quería recorrer el mundo. A los dieciocho años, empezó a construir ese sueño y se matriculó en Turismo, la carrera que le dio el pistoletazo de salida a un periplo en el que aún le quedan muchos saltos por dar en el mapa. «Siempre he trabajado en hoteles. Mi primer destino fue Gran Canaria y luego vinieron Andorra, Londres, Málaga, Mallorca, Tenerife, Puerto Rico y, por último, California, donde estoy en un hotel de lujo», enumera este asturiano que habla inglés, francés, alemán, español y catalán.

En Estados Unidos, él vive en Orange County, una zona que es «como Marbella a lo bestia», la define. «Es un sitio de playa entre Los Ángeles y San Diego, con muchísimo turismo y muchísimo dinero», continúa explicando. «Recibimos visitantes de todo el mundo, especialmente americanos», cuenta. Y ese trasiego no cesó ni durante el confinamiento. «No cerramos ni siquiera en los momentos más crudos de la pandemia. Fuimos el único hotel de lujo que permaneció abierto», señala.

Sí, de lujo, porque, por allí, los precios de todo son desorbitados. Es lo que tiene estar en un lugar «en el que todo el mundo quiere vivir», dice Marcos. «El nivel de vida es muy alto: los alquileres están por las nubes y la comida también es muy costosa. Por ejemplo, una bolsa de espinacas cuesta cinco dólares», se ríe, ahora que ya se ha acostumbrado a los inconvenientes de este lugar. «Cuando vinieron mis padres a verme, se quedaron impresionados», apunta.

«California es como un continente»

Pese a las desventajas, este Estado norteamericano también tiene muchas bondades que le hacen querer quedarse. «California es como un continente», alaba. «Tiene de todo: desierto, pistas de esquí, playa y un clima increíble», promete. «En eso de estar en el mar y, a las dos horas, poder estar en la nieve me recuerda a Asturias», cuenta.

Tanto le vienen a la memoria sus raíces que todos sus amigos ya saben bien de las virtudes del Principado. «Me tendrían que pagar, porque tengo a Asturias todo el día en la boca», bromea. «Hago promoción encantado porque estoy enamorado de nuestra región. Viva donde viva, hablo de ella, enseño fotos y hasta les pongo vídeos de cómo hay que escanciar la sidra».

Su morriña cotiza al alza porque ya hace dos años de la última vez que estuvo por aquí y el tiempo pasa y pesa. «Podría haber ido, pero tenía miedo de contagiarme de la covid y pegárselo a mi familia, así que preferí quedarme», cuenta. Eso sí: pronto le pondrá remedio a esta situación y lo hará, además, por todo lo alto. «Voy a ir en junio a la boda de mi hermana, así que por fin nos reencontraremos».

Ya tiene ganas, porque, por mucho que la tecnología ayude a matar la distancia, todavía no se sienten los abrazos lejanos. «Podemos vernos las caras y hablar, pero apetece estar allí», dice. Ya no solo por los suyos, también por «los paisajes, la comida y la sidra», y por estar, de nuevo, «en esa Asturias tan salvaje» que lleva siempre en el alma. Además, los lugareños, a uno y otro lado del charco, no tienen comparación. «En el Principado, la gente es mucho más sociable y me encanta ese estilo de vida tan nuestro de ir caminando a los sitios. Aquí ni siquiera conozco a mis vecinos. Vamos a todos lados en coche». En junio le toca frenar y respirar.

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